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La composición en escritura cuneiforme, con trazos míticos muy marcados, titulada “Enki y el Orden del Mundo”, está considerada como uno de los textos más importantes de la literatura sumeria. Fechado hacia el año 1900 a.C., su contenido ha podido ser reconstruido modernamente a partir de diferentes materiales —en su mayoría hallados en Nippur—, dispersos hoy en distintos museos.
El texto, de considerable extensión, viene a constituir una larga alabanza al dios Enki en la que se intercalan episodios de gran interés social, económico, mítico y religioso. Desgraciadamente, la pérdida de los últimos versos impide conocer el final del mito.
Mitología Mesopotámica
Mito de Enki y el Orden del Mundo
— ¡Señor! —comenzó diciendo el escriba—. ¡Sublime en la totalidad del universo! ¡Soberano por naturaleza y virtud propia! ¡Venerable Enki, Señor del fundamento, nacido de un toro, engendrado por el uro! ¡Sí! ¡Tu padre es el celeste An, al que admirativamente se le compara con los feroces toros y uros, verdaderos prototipos de la fuerza divina!
Tras estas palabras el escriba pronunció una larga alabanza en honor de Enki que iba interrumpiendo a trechos.
—Eres querido por Enlil, el Gran Monte, el Señor del diluvio, el bienamado del santo An. Eres, en verdad, oh Enki, un rey, eres un árbol mes plantado en el Abzu, eres el dominador de la tierra. Estás erguido en Eridú, la más antigua ciudad sumeria, como un altivo dragón a cuya sombra se acoge el mundo. Eres un frondoso bosque que extiende sus ramajes por todo el país.
—Enki, señor de la opulencia para los Anunna, la simiente del cielo, a la que quiere sobremanera An. Nudimmud, omnipotente en el E-kur, poderoso en cielos y tierra. Tú posees un palacio sin rival, establecido en el Abzu, en el abismo primordial, en el reino de las aguas dulces, palacio que constituye la gran columna del cielo y de la tierra.
—Con una sola mirada, Enki, tú trastornas la montaña de donde provienen fieras y ciervos, jabalíes y cerdos salvajes. Hasta las praderas, hasta los precipicios de las montañas, hasta los cielos tornasolados e impenetrables tú diriges tus miradas, semejantes a las cañas halhal.
—Tú eres quien cuenta los días, pones en su casa a los meses y das fin a los años. Y, cuando concluye cada uno, expones al Consejo, en la Sala de los destinos, la decisión exacta y declaras, en presencia de todos, la sentencia.
—Venerable Enki, tú eres el rey de la totalidad de los hombres en su conjunto. Apenas has terminado de hablar, todo abunda y la opulencia llega a la tierra. Tus árboles, cargados de frutos, árboles que tú has propiciado, adornan y enriquecen el espacio reservado a los dioses. Lo mismo ocurre con tus corderos y rebaños escogidos. Y cuando se han trabajado tus campos, montones y montones de grano quedan reunidos en ellos. En las campiñas, pastores y establos dispensan la rica y pura leche, el pastor modula alegremente su canción, el pastor maza con paciencia el odre de leche. Y tú, tú dispones según los ritos todos sus productos en los platos para el comedor de los dioses.
—Dispuestos los bienes para los seres divinos tu palabra también llena de fuerza al hombre joven, semejante a un toro que acornea en la arena. A tus palabras, la hermosa joven ajusta en su cabeza su encantador tocado, que todo el mundo admira. Por otro lado, Enlil, el Gran Monte, te ha otorgado tener alborozados, alegrar su corazón, a señores y reyes.
—Enki, señor de la abundancia y del saber hacer, Enki, conocido también como Ea el ingenioso, señor querido de An con predilección, ornamento de Eridú, tu santa ciudad. Tú eres quien planea órdenes y decisiones, quien detienes a sabiendas los destinos. Tú eres quien cuenta los días, quien pones en su casa a los meses, quien haces medir el cielo a las estrellas, cuyo número tú conoces. Tú eres quien ha instalado a las gentes en sus lugares y tienes cuidado de que ellos sigan a su pastor, tú que les has hecho dejar en sus hogares las armas asegurándoles así vivir en paz.
—Ahora voy a recordar a las gentes, con mis humildes palabras, los beneficios recibidos del dios. Efectivamente, cuando el venerable Enki recorrió la tierra sembrada, ¡cómo hizo crecer la fecunda semilla! Cuando Nudimmud —así era conocido Enki en cuanto procreador del hombre— apareció entre nuestras fecundas ovejas, ¡hizo nacer hermosos corderos! Cuando apareció entre nuestras fecundas vacas, ¡hizo nacer rollizos terneros! Cuando apareció entre nuestras ubérrimas cabras, ¡hizo nacer sanos cabritillos! Cuando tú, oh Enki, acabaste de visitar nuestros campos y campiñas, sobre la alta llanura amontonaste el grano en montículos. A poco que tú te preocupes, los lugares más áridos del país se convierten en verdeantes pastos.
—Sé que Enki, el señor del Abzu, en su irresistible majestad, se glorificó en estos términos que deseo que conozcáis:
—«Mi padre, el soberano del cielo y de la tierra, me ha situado en el primer rango del universo. Mi hermano mayor, el rey de todos los países, ha reunido en mis manos todos los poderes, y desde el E-kur, el templo de Enlil, yo he traído a Eridú, a mi Abzu, todas las técnicas. ¡Yo soy el heredero legítimo, nacido del Toro, el hijo que honra a An!»
—Tras aquellas palabras, dichas con su potente voz, signo de su gran autoridad, Enki continuó su autoglorificación:
—«Soy el enorme huracán, surgido de debajo de la tierra, soy el gran señor del país, el primero de los reyes, el padre del mundo, el hermano primogénito de los dioses, el creador de la opulencia, el canciller del cielo y de la tierra. Soy la destreza y la ingeniosidad supremas. Soy quien, junto con An, sobre su trono, imparte justicia. El que, para organizar los destinos, escruta la tierra junto a Enlil. Es éste quien me ha confiado tal encargo hasta los confines del mundo. Soy el verdadero preferido de Nintu, la madre de los dioses; soy quien ha recibido de Ninhursag, la paredra de Enlil, un destino dichoso. Soy el jefe de los Anunna, el hijo más importante de An, el que honra a su padre».
—Y cuando el señor hubo proclamado, de esta manera, su supremacía y el gran príncipe hubo finalizado su propia alabanza, los dioses Anunna, de pie ante él, le rogaron y le invocaron así:
—«Señor que tienes la guarda de todas las técnicas, experto en decisiones, digno de aplauso, oh Enki, gloria a ti».
—Aquellas palabras le agradaron sobremanera a Enki, quien, por segunda vez, majestuosamente se glorificó de esta manera:
—«Soy yo el señor del orden indiscutible, soy quien tiene el primer rango del universo, el que está a la cabeza de todo. A mi orden han sido construidos los pesebres y cercados los rediles. Si toco el cielo, chorrea una lluvia de prosperidad, si toco la tierra, se produce la crecida de las aguas, si toco las verdes praderas, se amontonan pilas de grano, todo ello a mi orden».
—Los dioses Anunna, con sus ojos fijos en Enki, todos silenciosos, asentían a las palabras del dios. Y éste, a continuación, les recordó cómo había edificado su templo, el Abzu.
—«En un lugar santo he edificado mi palacio, mi santuario. Le di un nombre favorable. En Eridú, en la boca de las aguas, he erigido mi Abzu, mi santuario, y le he decretado un destino dichoso. Su sombra se extiende sobre la adormecida laguna, en donde, entre las dulces plantas, los peces suhur-mash, peces de gran tamaño, agitan sus agallas. Por entre los cañaverales las carpas mueven sus colas y los numerosos pajarillos gorjean en sus nidos. Los encargados del santuario acuden a mí y guardan silencio ante mi majestad. Diferentes sacerdotes se purifican con agua en mi presencia. Tras ello, entonan sus cantos sagrados y conjuros. Palabras de oración llenan mi Abzu».
—A continuación, Enki, con su poderosa voz, habló a los Anunna de su maravillosa barca.
—«Sabed que mi barca, a la que llamo “Corona del rebeco del Abzu”, me transporta alegremente allá a donde quiera ir. Sobre la excelsa laguna, mi sitio favorito, balancea sus flancos, levanta hacia mí su proa y sus remeros saben remar tan bien, al son de acompasados cantos, que el río exulta de alegría. Su capitán, Nimgirsig, levanta su bastón de oro para gobernar la “Corona del rebeco del Abzu”, mi barca».
—Dichas aquellas palabras a los Anunna, Enki decidió embarcarse para visitar todos sus dominios y preparar así, adecuadamente, sus destinos, pues era llegado el tiempo para ello.
—«Queridos Anunna, me despido de vosotros. Quiero marcharme, voy a recorrer mi país, voy a organizarlo y determinarle su destino. ¡Alegraos!»
—A continuación, Enki les comunicó que primero visitaría la totalidad de Sumer. Haría que a sus gentes les llegasen los ricos productos de Magan, lejano país al borde del océano, y de Dilmún, tierra mítica, perdida en el mar, así como el oro y la plata de Meluhha, la Montaña Negra, en el extremo de Oriente. En cuanto a las gentes salvajes, aquellas que no tenían casas ni ciudades —como, por ejemplo, los martu, que habitaban en Occidente—, a ellos les ofrecería compartir rebaños. Deseaba que, sobre todo, arribasen aquellas riquezas a Nippur, la ciudad en la que se levantaba el majestuoso templo de Enlil, el rey de todas las tierras.
—Los Anunna, dirigiéndose entonces al gran príncipe que estaba a punto de marchar para visitar sus tierras, le hablaron así:
—«¡Señor, señor de los grandes poderes, de las santas normas, cargado de grandes poderes, de innumerables poderes. Tú, el de más idea en todo el enorme universo, tú, que para Eridú, el santo lugar, has reservado los más importantes poderes, Enki, señor del universo, te glorificamos!»
—A continuación, todos los señores y todos los reyes, todos los exorcistas de Eridú, todos los sacerdotes de Sumer, vestidos de lino, cumplieron las liturgias lustrales del Abzu, que dedicaron al gran príncipe que partía para visitar sus tierras. Pusieron sus pies en el santo lugar, lugar incomparable, reservado al venerable Enki, y en él efectuaron abluciones, estancia tras estancia. Purificaron el Abzu, el noble santuario, asperjándolo con largas ramas de enebro, planta santa.
—Después de preparar la pasarela de Eridú, la que conducía al muelle espléndido, y una vez anclada la «Corona rebeco del Abzu», en aquel mismo muelle, santo y prestigioso, prepararon el oratorio sagrado. Allí recitaron infinidad de plegarias para Enki.
—A continuación, se levantó en el Abzu el gran estandarte, hecho para que, como quitasol protector, recubriese con su sombra el territorio entero y tranquilizase a las gentes. Dominando la laguna, se erigió el gran mástil, enhiesto sobre el universo. Enki, el gran príncipe del Abzu, de pie sobre su barca, dio las últimas instrucciones para la partida.
—Magnífico, cual un árbol mes, crecido en el Abzu, él, que para Eridú, el santo lugar, el lugar incomparable había reservado los poderes más sublimes, el altísimo inspector de la tierra, el hijo de Enlil, empuñó el bichero sagrado.
—AI fin, el capitán Nimgirsig, frente al señor, levantó su bastón de oro, al tiempo que los cincuenta lahamu —los cincuenta dioses primigenios que habitaban en las aguas— se dirigían a Enki rindiéndole homenaje. Los remeros, cual pájaros hagam, procedieron en sus asientos a impulsar la barca con rítmicos golpes de remo.
—Al cabo de la navegación Enki, el venerable, se detuvo en Sumer a fin de que, tras su visita, la abundancia prevaleciese por todos los lugares. Sin más dilación se puso a determinar el destino en estos términos:
—«¡Oh Sumer, gran país, territorio infinito, cubierto con una luz indefectible, dispensador de normas a todos los pueblos de Oriente y Occidente! Sublimes e inaccesibles son tus poderes y tu corazón insondable está lleno de misterio. Tu habilidad inventiva, que puede hacer infantiles incluso a los dioses, es tan imposible de alcanzar como el mismo cielo. Tú generas, cual matriz verdadera, no sólo a reyes a los que ciñes con diadema auténtica, sino también a los sacerdotes provistos de tiara. Eminentísimo, tu señor Enlil se asienta junto a An, sobre su trono. Tu rey, el venerable Enlil, el Gran Monte, el padre del universo, te ha cubierto con un precioso mantel de riquezas. Los Anunna, los grandes dioses, instalados en tus residencias, festejan su alegría en sus giguna entre innumerables clases de embriagadores olores, destilados por sus árboles».
—Dichas aquellas palabras alusivas al ingenio y habilidad de las gentes de Sumer, el dios Enki finalizó sus palabras con la siguiente predicción:
—«¡Casa de Sumer, te edificarán numerosos establos y se multiplicará en ellos tu ganado mayor! Se construirán gran número de apriscos e innumerable será, por lo tanto, tu ganado menor. Tu giguna tocará las nubes, la ziqqurratu, torre escalonada de tu santuario auténtico, alcanzará el cielo. Y los Anunna, allí, determinarán los destinos».
—Después, vuelto a su barca, Enki se encaminó a la ciudad de Ur. Llegado allí, a la santa ciudad del dios Luna, el rey del Abzu se dispuso a decretarle su destino:
—«¡Ciudad perfecta, que tienes tus pies en el agua, toro potente, rico estrado que domina la tierra, verde como la cima de una montaña, arboleda de cedros hasur, bosquecillo embalsamado, de distendida sombra, seguro de tu fuerza! Las normas dispuestas para ti te colmarán, porque Enlil, el Gran Monte, ha proclamado tu sublime nombre en el cielo y en la tierra. ¡Ciudad santa de Ur, serás enaltecida hasta el cielo!»
—El dios Enki, prosiguiendo con su navegación, arribó nada menos que al país de Meluhha, la Montaña Negra, situada en el lejano Oriente. También le decretó sus destinos.
—«¡Oh país de gentes de tez oscura! Tus árboles serán vigorosos y tus bosques tupidos. Los tronos que con ellos se fabricarán tendrán su digno lugar en los palacios de los reyes. Tus cañas, tus bambúes, serán gigantes: los valientes las blandirán como armas en los campos de batalla. Poderosos serán tus toros, tus toros indígenas; sus mugidos serán semejantes al de los uros. Grandes poderes de los dioses se están preparando para ti. Tus pájaros ittidu, esto es, tus francolines, dispondrán de un vistoso plumaje de cornalina, tus pájaros serán crías de pájaros haia, es decir, de soberbios pavos reales, cuyos chillidos resonarán en los palacios de los reyes. Tu plata será oro y tu cobre será bronce. ¡Oh región, que cuanto poseas, se incremente! ¡Que tus habitantes se multipliquen y que cada uno de tus hombres sea un toro para los otros!»
—Desde Meluhha, el dios Enki, el rey del Abzu, se dirigió a Magan. También le decretó sus destinos. Rápidamente, de allí pasó al país de Dilmún, el cual, tras ser purificado por el dios, fue entregado a Ninsikila, una de las diosas del círculo de Enki. Al templo más importante le concedió diversas lagunas para que pudiese abastecerse de peces. Asimismo, asignó hermosos palmerales a su tierra cultivable para que fuese abundante en dátiles.
—Dictados estos decretos, decidió los relativos al Elam y a Marhashi, países belicosos, enemigos de Sumer, devoradores de cualquier cosa. Para ellos decretó que el rey, al que Enlil había entregado el poder, destruyera sus casas, destruyera sus murallas y que aportase a Enlil, el rey del universo, a Nippur, su plata, su lapislázuli y la totalidad de sus tesoros. Con relación a aquellos que no tienen ni ciudades ni casas, los martu, él les concedió compartir rebaños.
—Cuando el venerable Enki hubo alejado su atención de todos aquellos lugares y la fijó sobre el río Éufrates, plantó sus pies y como un toro impaciente puso en erección su pene, eyaculando a continuación. Así llenó de agua corriente el río. Luego, el Tigris se sometió al dios, como se somete alguien a un toro impaciente. Enki, con su pene erecto, produjo el regalo nupcial. Cual un uro gigante en trance de atacar, hizo gozar al Tigris. Y el agua que produjo así fue agua corriente, suave y enervante. El grano que produjo. Enki por doquier fue grano abigarrado, además de excelente alimento para los hombres.
—De esta suerte, el dios colmó de riquezas el E-kur, la residencia de Enlil, y gracias a él, Enlil se alegró y Nippur estuvo en regocijo.
—Enki se ciñó entonces la diadema de la soberanía y se cubrió con la noble tiara real. Después, habiendo tocado el suelo con su mano izquierda, la opulencia brotó de la tierra.
—Enki, rey del Abzu, puso al frente de los dos ríos al que tiene el bastón en su derecha, al que declama alegremente palabras dispuestas a entremezclar las aguas del Tigris y del Éufrates, al que hace rezumar la prosperidad del palacio, como rezuma el aceite, a Enbilulu, el inspector de los canales.
—A continuación, llamó a la laguna, que se llenó de carpas y de peces sahur, invocó al cañaveral que se enriqueció de cañas, tanto verdeantes como secas. A aquél, a cuyas redes no escapa ningún pez, a quien ningún animal se le escapa de las trampas, a quien ningún pájaro se le escapa de los lazos, a Nanna, querido por los peces, lo puso al frente de la laguna.
—Entregados aquellos encargos, Enki levantó un templo, hermoso y laberíntico santuario: lo erigió en pleno mar. Era un santuario fantástico, de planta tan complicada como una trenza, cuya parte inferior parecía la constelación de Pegaso y la alta la del Carro, cubierto con una ola agitada y dotado de un resplandor sobrenatural. Dada su majestuosidad, ¡los propios Anunna, los grandes dioses, no se atrevían ni siquiera a acercarse!
—El palacio estalló en alegría, los Anunna, puestos de pie, se hallaban rogando e invocando ante aquel templo marino. Luego, para Enki levantaron un alto y suntuoso trono.
—En suma, el gran príncipe llenó de riquezas el E-kur, la residencia de Enlil, templo que gracias a él quedó sumergido en la alegría que poco antes había estallado. Asimismo, Nippur, la ciudad donde se levantaba el E-kur, estuvo en regocijo.
—A aquella que cabalga en el precioso santuario, a la que propicia el apareamiento, la gran ola marina, la marejada, la gran corriente surgida de las huecas olas del mar, a la señora de Sirara, Nanshe, la venerable, la puso al frente del mar en toda su amplitud.
—Enseguida, Enki invocó a la lluvia, al agua del cielo, a la que situó allá a lo lejos, balanceándose, bajo el aspecto de nubes flotantes. Y rechazó hasta el horizonte al viento que las mueve a fin de transformar los eriales en campos de cereales.
—Al cabalgador de las tempestades, que arremete sobre el relámpago, al que encierra el cielo con su augusto cerrojo, al hijo de An, al inspector del universo, a Ishkur, señor de la abundancia, a él Enki lo puso al frente.
—Enki creó entonces el arado, dotado de yugo y tiro constituido por cornudos bueyes, a fin de que se pudieran abrir los nobles surcos y así hacer crecer el cereal en los campos cultivados.
—Y fue al señor coronado con el «terror de la llanura», al hábil granjero de Enlil, a Enkimdu, patrón de los surcos y de los terraplenes, a quien le encargó la agricultura.
—Después, el señor se volvió hacia el campo cultivado y lo dotó de gunu, de arvejas, de lentejas, de habas. Amontonó en él pilas de grano eshtub, de grano gunu, de grano innuha. Multiplicó allí las gavillas y las piedras de molino. Y para Enlil extendió la opulencia en la región.
—Y fue a la señora de cabeza y cuerpo moteado, de rostro chorreante de miel, la procreadora, la vigorosa del país, vida de los «cabezas-negras», fue a Ashnan, el buen-grano, el alimento de todos, a quien puso al frente de los cereales.
—Tras ello, el gran príncipe aseguró la piqueta con una cuerda, dispuso el molde de fabricar los ladrillos, y cortó, como se hace con la buena mantequilla, pedazos de la argamasa del interior del molde.
—Y fue al dios de la piqueta, cuyo penetrante diente semeja una serpiente que devora carroña, cuyo sólido molde de ladrillos no tiene igual, a Kulla, que sitúa rectamente los ladrillos ya tallados, a quien le encargó tal industria.
—Después, Enki sacó la cuerda de medir, trazó los cimientos rectilíneos y, de acuerdo con la voluntad de la Asamblea, dibujó una casa para la cual hizo ejecutar las lustraciones preliminares. Tras ello, el gran príncipe excavó los cimientos y dispuso, por encima, los ladrillos.
—Y fue al dios de las hiladas firmes de los edificios que nunca se desploman y cuyos andamiajes, como un arco iris, tocan el firmamento, a Mushdamma, el gran albañil de Enlil, a quien le encomendó aquel arte.
—Poco después Enki puso sobre la llanura inmensa una noble corona. Aplicó sobre la estepa una capa de lapislázuli sobre la que colocó una diadema de tal piedra semipreciosa. También dotó a la tierra fértil con abundante vegetación lozana, acrecentó los rebaños y los instaló a su gusto, multiplicando entre los pastos carneros y ovejas, a los que hizo que procrearan.
—Y fue al héroe, a la corona de la estepa, al rey de la llanura, al gran león del páramo, el puño sublime y poderoso de Enlil, a Shakan, el rey de la montaña, a quien le encargó de la vida pastoril.
—Enseguida construyó los establos y reguló su mantenimiento. Levantó los apriscos que enriqueció con la mejor leche cremosa. Así llevó alegría al comedor de los dioses. Además, por la estepa verdeante expandió el bienestar. Y fue al rey, al proveedor fiel del Eanna, la casa del cielo, de Uruk, al amigo de An, al yerno bien amado del valeroso Sin, el amante de la santa Inanna —señora y reina de todas las grandes normas, la que prodiga el amor en las calles de Kullab, un distrito de Uruk—, a Dumuzi Ushumgalanna, amigo de An, a quien puso al frente del pastoreo.
—De aquella manera llenó de bienes el E-kur, la residencia de Enlil, y, gracias a Enki, Enlil se alegró y Nippur estuvo en fiestas.
—Después, determinó el catastro y señaló el suelo con mojones. Enki dispuso para los Anunna lugares de habitación en las ciudades y terrenos para ellos en el abierto campo.
—Y fue al héroe, al toro salido de un bosque hashur, rugiente león, a Utu el valiente, el toro bien plantado, que ostenta con orgullo su poderío, el padre de la «Gran Ciudad», en el Oriente, el gran heraldo del santo An, el juez que dicta las sentencias en el lugar de los dioses, aquel que, adornado de una barba de lapislázuli, sube al horizonte del cielo, a Utu, el hijo de la diosa Ningal y del dios Sin, a quien le confió la totalidad del universo.
—Luego atirantó la urdimbre y dispuso la trama. Con ello Enki perfeccionó grandemente lo que es trabajo de mujer. Así, gracias a Enki, se pudieron confeccionar vestidos preciosos.
—Y fue al ornamento de los palacios, al adorno de los reyes, a Uttu, la fiel y silenciosa, a quien le entregó tal tarea.
—Sin embargo, aquella que no había recibido en absoluto ningún tipo de oficio acudió a su padre, Enki, y, humillada, se puso a recriminarle, llorando con gran alboroto. En medio de sus lágrimas pudo decirle:
—«Padre Enki, de entre todos los Anunna, los grandes dioses, Enlil te ha dejado en libertad para decretar el destino. Pero a mí, la mujer, ¿por qué me has dejado a un lado? ¿Por qué me tratas de otro modo?»
—Tras aquellas palabras, la diosa continuó con su queja elevando incluso un poco más su voz.
—«¿Cuáles son las funciones para la santa Inanna? ¿Te has olvidado de mí?»
—Después de una breve pausa, y sin dar tiempo a que Enki le contestase, prosiguió Inanna recordándole las atribuciones que había otorgado a otras diosas.
—«Aruru, la hermana de Enlil, conocida también como Nintu, patrona del nacimiento, ha recibido como signo de su prerrogativa el ladrillo sagrado del parto, sobre el cual las mujeres dan a luz a sus hijos. Ella posee el instrumento para cortar el cordón umbilical, la piedra imantada, ha recibido el vaso silgarra de lapislázuli, ha recibido el santo ala, recipiente consagrado. De esta manera Aruru se ha convertido en la comadrona del país, en la mujer sabia del mundo. ¡Le ha sido encargado el nacimiento de reyes y dignatarios!»
—Enki la escuchó muy atentamente. Pero Inanna, sollozando, prosiguió con su queja.
—«Mi noble hermana, la santa Ninisina, ha recibido la insignia de la piedra shuba. Y gracias a ella se ha convertido en la hieródula de An. Ella está a su disposición y le dice con voz alta lo que su corazón desea. Por otra parte, mi noble hermana Ninmug ha recibido el formón de oro, el martillo de plata, el ancho cuchillo de sílex. Se ha convertido, pues, en el país, en la artista de la madera y de los metales, capaz de modelar a los reyes ciñéndoles la diadema a perpetuidad, además de poner la corona sobre el soberano legítimo».
—Hecha una breve pausa y calmándose poco a poco, pero sin olvidar el desprecio a que, según ella, había sido sometida, Inanna prosiguió.
—«Mi noble hermana, la santa Nisaba ha recibido la regla de medir y guarda en su costado el patrón de lapislázuli. Difunde los grandes poderes, fija las fronteras, marca los mojones. Se ha convertido en la secretaria del país e incluso le ha sido encomendada la contabilidad de la comida y bebida de los dioses. Por otra parte —prosiguió la diosa— Nanshe, la gran señora, a cuyos pies se detiene la lechuza, se ha convertido en la responsable de los productos de la pesca y de la caza. Peces escogidos y pájaros de los más suculentos los presenta a su padre Enlil en Nippur».
—Finalmente, volviendo Inanna a arreciar en sus llantos, terminó su queja diciendo:
—«¿Por qué me has dejado de lado? ¿Por qué me has tratado así, de modo diferente? ¿Dónde están mis prerrogativas?»
—Enki con voz suave le respondió a la santa Inanna, a su hija, con estas preguntas:
—«¿Qué es lo que se te ha negado? ¿Qué es lo que se te ha negado, señora? ¿Qué podría conferirte ahora, joven Inanna? ¿Qué te he negado?»
—Enki continuó diciendo:
—«Inanna, tú que eres la que proclama el amor, tú que llevas el vestido “vigor de los hombres”, tú que determinas las palabras que es preciso pronunciar, tú que posees cetro, bastón y cayado de pastor, los símbolos de la realeza, ¿qué es lo que se te ha denegado, joven Inanna? Recuerda —prosiguió Enki— que tú eres la que prepara y anuncia las batallas y las guerras. En pleno combate, tú, que no eres pájaro arabu, esto es, de mal agüero, sabes pronunciar las palabras fatídicas. Eres tú quien retuerce lo que está derecho y endereza lo que está torcido. Tú amontonas como polvo las cabezas degolladas, tú las desparramas como simiente. Además, barres de encima de la tierra aquello que no debería ser barrido, Inanna. Tú quitas del tamboril de las lamentaciones la piel que lo recubre y la guardas en su estuche, oh joven Inanna, al igual que a los alegres instrumentos tigi y adab, esto es, tambores y liras. Además, no te cansas nunca de la mirada de tus admiradores».
—Dichas aquellas palabras, Enki finalizó su respuesta de esta manera:
—«Joven Inanna, ¿no sabes “atar las cuerdas para los pozos profundos”? He aquí que el corazón de Enlil ha desbordado, el país ha sido puesto en orden. La inundación de Enlil ha venido, el país está restaurado. No es momento de que ejerzas tus prerrogativas belicosas que se te habían concedido y que yo te he mantenido. Que sepas que Enlil ha decidido una era de paz».
Mesopotamia
Bibliografía
- Federico Lara Peinado (2017). Mitos De La Antigua Mesopotamia: Héroes, dioses y seres fantásticos. Editorial Dilema. ISBN 8498273889.
- J.L. Amores (2023). Dioses Sumerios: Tomo I. Entre el Cielo y La Tierra. Basado en la Asiriología. ISBN: 979-8859303960
- J.L. Amores (2023). Dioses Sumerios: Tomo II. Entre el Cielo y La Tierra. Basado en la Asiriología. ISBN: 979-8859545308