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Este mito realza la importancia que tenía la diosa Ninisina para los sumerios. La narración comienza describiendo un amanecer espléndido en el que Ninisina, rebosante de alegría, sale de su morada. Este inicio simboliza no solo el comienzo de un día, sino también el inicio de un viaje sagrado y significativo. Acompañada por su esposo, el heroico Pabilsaĝ, y sus hijos, la diosa emprende un camino lleno de reverencia y celebración hacia el santuario de Nippur.
La descripción del viaje es rica en detalles, mostrando cómo la presencia de Ninisina y su comitiva infunde respeto y admiración entre los habitantes del pueblo. La procesión es un reflejo de la armonía y el equilibrio que reinan en su ciudad, un lugar descrito como sin igual.
El relato destaca momentos clave como la purificación de Ninisina en el canal Kirsig, un acto simbólico de renovación y bendición, y su llegada al muelle, donde se une a la celebración el dios Enki. Los viajes a Nippur eran en tierras mesopotámicas de vital importancia, tanto Enki como Nanna también tienen su mito. El relato también se adentra en las ofrendas y sacrificios realizados en honor a Ninisina, destacando su estatus divino y la profunda devoción que le profesan.
Mitos Sumerios
Mito Reconstruido
La luz del amanecer se extendía sobre la ciudad, y con ella, yo, Ninisina, salía jubilosa de mi morada. Sentía en mi corazón una alegría incontenible, similar a la luz del día. Mientras caminaba, notaba cómo mi tierra florecía en salud, iluminada por un sol resplandeciente y prometedor. En las amplias calles de mi ciudad, la gente se detenía para contemplarme. Mi paso era firme y seguro, reflejo del equilibrio y la armonía que reinaba en mi ciudad, un lugar sin igual. Al lado mío, mi esposo, el heroico Pabilsaĝ, caminaba con una gracia y una felicidad que irradiaban a su alrededor. Su presencia era un recordatorio constante del amor y la fuerza que compartíamos.
Mis queridos hijos, Damušaga (Damus) y la legítima mujer Gunura, nos seguían de cerca. En sus rostros se reflejaba la inocencia y el futuro prometedor que les aguardaba. Ellos, asumiendo el rol de Aladšaga, caminaban con solemnidad detrás de nosotros hacia el Egalma, un lugar sagrado y de gran importancia para nosotros.
A mi derecha, Udugšaga, el padre de Enlil, nos acompañaba con su sabiduría y experiencia, un pilar de fuerza y conocimiento. A mi izquierda, Lamašaga, el señor Nunnamnira, caminaba con dignidad, su presencia era un recordatorio constante del equilibrio y la justicia que debíamos mantener. Mi estandarte, brillante como la luz de Utu, precedía nuestro camino, anunciando mi presencia y la importancia de nuestro viaje. Delante de todos, Šuma, el mensajero legítimo del Egalma, nos guiaba, asegurándose de que nuestra procesión se desarrollara sin contratiempos.
Mientras avanzábamos, la gente de mi ciudad nos observaba con respeto y admiración. Yo sentía una profunda conexión con ellos, una unión que trascendía las palabras. Era un día de celebración, de unidad, y de reconocimiento a los lazos que nos unían como comunidad y como familia. Šuma, con gran diligencia, limpiaba las angostas calles y los amplios bulevares por donde pasaríamos. Purificaba la ciudad en mi honor, asegurándose de que cada rincón reflejara la santidad de nuestra procesión.
Nos dirigimos hacia el santuario de Nippur, el “Vínculo del Cielo y la Tierra”, avanzando con la cabeza en alto, orgullosos y llenos de propósito. En el canal Kirsig, me sumergí para purificarme, un acto simbólico de renovación y bendición.
El rey, en un gesto de honor y respeto, se situó en ambas orillas del canal, asegurando mi paso. En el Éufrates, entre antiguos juncos, navegó para mí, en un viaje diseñado para que Nippur se regocijara. Al llegar al muelle del vino, el barco se amarró, y Enki, con toda su alegría, se unió a nuestra celebración.
Con humildad, entré en la casa de Enlil. En el E-kur, hice llegar ofrendas regularmente, demostrando mi devoción y respeto. En el augusto patio, el patio de Enlil, sacrifiqué bueyes y ovejas, en un acto de veneración y gratitud. El rey, Ki-Lugal-Gub, levantó la mano en señal de bendición y reconocimiento. Enlil me miró con su rostro resplandeciente, una mirada llena de aprobación y alegría. Para mí, Ninisina, la hija de An, él decidió un destino favorable y próspero. En ese momento, toda Sumer se llenó de esperanza y regocijo, y la gente empezó a cantar alabanzas en mi honor. Ese ambiente festivo, Sumer se unió en celebración, con cantos y danzas que se extendían por toda la ciudad. En el corazón de cada habitante de la ciudad, había un deseo ferviente de que esa paz y prosperidad duraran eternamente.
Continuando con la procesión, el heroico Pabilsaĝ, siempre a mi lado, mostraba su fuerza y valentía. El rey, conmovido por la solemnidad del momento, tomó la iniciativa, demostrando su apoyo y su compromiso con nuestro propósito.
Él me abrazó cariñosamente, un gesto de amor y protección. Nos dirigimos juntos al Egalma, mi amado hogar, donde se palpaba un aire de tranquilidad y reverencia. Sentados en el gran y augusto estrado del Egalma, comenzamos a discutir asuntos de gran importancia, intercambiando ideas y visiones para el futuro de nuestra tierra. Mi querida y pura arpa, Ninhinuna, resonaba en el espacio, llenándolo con melodías que celebraban nuestra unión, nuestra fuerza y nuestra esperanza en el futuro.
La música pura llenaba el aire, y los elogios alegres resonaban en todo el Egalma.
¡Qué suerte tenemos de tener a Ninisina entre nosotros!, exclamaba la gente, mientras el sonido sagrado del tambor y el arpa se entrelazaban en una melodía divina.
Para mí, las galas se elevaban en súplica, un canto de esperanza y agradecimiento.
Oh, venerables An, Enlil, Enki y Ninhursag, acepten nuestras ofrendas y bendigan nuestra tierra, rezaban con devoción.
Tras haber hecho de mi morada en el Egalma un lugar dulce y sagrado, el rey, en un acto de generosidad, sacrificó bueyes y proporcionó abundantes ovejas en mi honor.
Que estos sacrificios sean una muestra de nuestra lealtad y nuestra fe, decía él con voz firme y respetuosa.
Jarabes, vino y cerveza se ofrecían ante mí, una ofrenda líquida que simbolizaba la alegría y la celebración.
Estos dones son para ti, Ninisina, en reconocimiento de tu gracia y tu bondad, pronunciaba el rey, mientras vertía las ofrendas.
Mientras el sol comenzaba a ocultarse, y la noche se cernía sobre nosotros, sentía una paz inmensa.
Hemos sido bendecidos hoy, dije, mirando a los rostros de mi gente. Que esta armonía y prosperidad perduren en Nippur y en toda Sumer.
El rey se acercó a mí, su mirada llena de admiración y respeto.
Ninisina, tu presencia ha traído luz a nuestra tierra. Que tu sabiduría nos guíe siempre.
Y con esas palabras, la celebración llegó a su fin. La gente se dispersó lentamente, llevando consigo la felicidad y la esperanza que ese día había traído. En mi corazón, sabía que este era un momento que permanecería en la memoria de nuestra gente por generaciones.
El cielo estrellado se desplegaba sobre nosotros, un manto de infinitas posibilidades y promesas futuras. Y bajo ese cielo, Nippur dormía tranquilo, bendecido por los dioses, fortalecido por la unidad y el amor de su gente. Y así concluye mi relato de mi viaje a Nippur, una historia de celebración, devoción y esperanza.
Mesopotamia
Referencias
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