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Anunnakis

La pasión de Lil en la tumba

Tiempo estimado de lectura: 9 minutos

Una tablilla sumeria, con unas pequeñas glosas acadias, conservada en el Museo del Louvre, y fechable a comienzos del segundo milenio a.C. (dinastía de Isin), presenta una variante del mito del dios muerto y resucitado, si bien la parte alusiva a la resurrección no se ha conservado. De este dios, el nombre Lil, no han llegado muchas noticias, siendo citado en muy pocos textos.

Su madre fue Gashan-mah, llamada también Gashan-hursaga, su esposa Ninadamkuga y su hermana Egime. Gracias a este relato, con numerosas lagunas textuales, (solo han llegado 61 líneas) se puede vislumbrar algo de la triste concepción que los sumerios tenían de la ultratumba.

Mitos sumerios

Ninurta

Las hazañas de Ninurta

Ur-Namma

La muerte de Ur-Namma

Los lamentos de Egime

¿Hasta cuándo, hermano mío, durará mi dolor? Exclamaba la diosa Egime.

¿Hasta cuándo? ¿Cuándo durará mi dolor, hermano mío, hijo de Gashan-mah, la Gran diosa madre que dio a luz catorce hijos?

Aquellas desgarradoras palabras eran pronunciadas por la hermosa Egime que veía como su hermano, el dios Lil, sentía cada vez más cerca la presencia de la muerte. El dios iba a iniciar definitivamente otra vida en el Más Allá. Por aquel hecho, ocurrido algunas veces entre los dioses, Egime se lamentaba. 

Sentía, muy en su corazón, la pérdida de su hermano, con quien había compartido tantas cosas en la región celeste. La diosa, viendo la crítica situación de su hermano, se revolcaba en el polvo y echaba cenizas sobre su hermosa cabellera en señal de duelo. Era muy doloroso para ella haber comprobado que también los dioses (pocos, en verdad) estaban sometidos a la muerte. Egime había comprendido que su hermano, el dios Lil, ya nunca más volverá a estar con ella y con su familia, a no ser que An, el Gran dios, determinase lo contrario, con el visto bueno de Enlil, el señor del Destino y ejecutante de las órdenes de aquel.

Hacia mi hermano (se decía la diosa) le hago llegar lamentos, gemidos y quejas de todo tipo. Repito una y otra vez:

¿Hasta cuándo permanecerás en el Más Allá? Constantemente repito: ¿Hasta cuándo? ¡Oh gurush, tu madre también repite lo mismo! Gashan-mah, tu madre, se lamenta de dolor.

La diosa, visiblemente emocionada, continuó con sus palabras de dolor. Haciendo acopio de entereza, ante la pérdida de su hermano, no cesaba en sus quejas.

Atu-tur: diosa que controla los decretos

Egime, que soy yo, la señora de los secretos, la que en el Emah “Casa Sublime”, el templo de nuestra madre, es princesa, repite:

“¿Hasta cuándo?”.

Atu-tur, una diosa amiga, que controlaba los decretos de los dioses, enterada de lo que te ha ocurrido, oh hermano, repite también:

“¿Hasta cuándo?”. Hermano mío, tu madre repite: “¿Hasta cuándo?”.

El dolor no solo afecta a los dioses, también los templos manifiestan su dolor por tu partida al otro mundo, al Kur (Inframundo Sumerio). El gran templo de Kesh, los muros de Uru-sar, el santo Emah repiten:

“¿Hasta cuándo?”.

Tu madre exclama:

“Oh hijo mío, ¿a quien puedo confiarte en la misión de Ereshkigal, la reina del infierno?”.

A medida que las palabras se hacían más quejumbrosas, el dios Lil iba dirigiéndose hacia la montaña, hacia la mansión del submundo. Sus miembros, al llegar al Más Allá quedaron completamente rígidos; su rostro, antaño hermoso, no mostraba ninguna señal de vida. 

Lil y Egime

Su hermana Egime seguía insistiendo:

¡Hermano mío, levántate del lugar donde estás. No te abandones a la muerte. Vuelve en ti. Vuelve con nosotros. Tu madre está muy preocupada por ti. El ishshakku (Gobernador) de la ciudad, el dios Shupla’ea, esposo de tu madre, también está muy inquieto. Lo está asimismo Ashshiki, el príncipe de la ciudad de Kesh, al igual que Damgalnunna (Ninhursag), la esposa de Enki, que es nuestro Emah es princesa. Lisigun, el de Urshaba, tiene también una gran preocupación.  

Laguna de cuatro líneas.

Lil, que apenas oía los sollozos y las palabras entrecortadas de su hermana Egime, pudo hacer un esfuerzo de desesperación divina. Su espectro no le dejaba revivir, pero su buen abgallu (sabio), la sabia potencia que corría por su ente, le animaba a sobrevivir, a volver al empíreo, a subir a la otra Montaña, a la Montaña de arriba. 

Ya sé que eres un dios, pero el haber caído en las garras de la muerte hace que yo te deba tratar como a un hombre (le decía su abgallu).

¡Oh hombre, tu madre con sus sollozos no deja reposar a la reina de los infiernos! ¡Tu madre Gashan-hursaga, con sus lamentos, no la deja reposar! No les hagas exhalar más: “¡Ay de mí!”. ¡Levántate del lugar donde yaces!

Lil, desde la lejanía, respondió a su hermana:

¡Libérame, hermana mía, libérame! ¡Oh Egime, libérame! ¡Hermana, no me hagas reproches: yo ya no soy un dios que goza de la vida! ¡Me he quedado equiparando a los hombres, para quienes se decretó la muerte! ¡Oh madre mía, no me hagas tú tampoco reproches! El lugar donde reposo es el polvo de la Tierra. Es el Kur, la Montaña a donde se desciende, el infierno.

Dioses condenados al Inframundo

La voz de Lil llegaba apenas perceptible a los oídos de la triste Egime, quien desde las regiones incorpóreas lamentaba la pérdida del hermano. Este padecía en el Más Allá. Pero desde aquel lóbrego lugar todavía sacaba fuerzas para seguir hablando: 

¡El lugar donde reposo es el Polvo de la Tierra, reposo entre demonios malvados! Mi sueño es angustia. Descanso entre seres infernales. ¡Hermana mía, no me puedo levantar de mi lecho! ¡Que mi madre, que tanto se preocupa por mí, desligue mi silah! También con el podré regresar al mundo de los seres vivos, aunque seré invisible a todos. ¡Hermana mía, dame mi herencia, mi parte del hogar paterno para que mi silah pueda acudir a él!

Cada vez llegaban más imprecisas las palabras del dios Lil, quien seguía hablando en un deseo de incorporarse a la vida celeste. Sin embargo, viendo la gran cantidad de hombres y mujeres de toda edad y condición que pululaban por el infierno, perseguidos y controlados por los demonios viendo que también había dioses que habían sido condenados al Abismo, terminó por rendirse, por no oponerse al implacable Destino.

¡Egime, hermana mía, pide a mi padre que me presente agua fresca, que ella sea mi herencia de Eternidad, que con ella pueda apagar la infinita sed que me aguarda! ¡Que mi madre me presente prendas de lana, para que mi cuerpo pueda reposar! No quiero ir desnudo ni cobijado con plumas de ave, mientras camino errante por esta oscura mansión, ¡en la que el frío es insoportable! ¡Que mi prometida, escogida para mi por mi padre, me presente cereales! ¡Que se acuerde de mí! ¡Acércame un lecho funerario: haz que se recite ante él el ritual del im-bi ba-bar!  ¡Depositadme ofrendas funerarias! ¡Derramad agua en la fosa, regad el Polvo de la Tierra!

Dando un profundo suspiro el dios Lil pronunció sus últimas palabras:

¡Oh Egime, hermana mía, los dioses infernales no me liberan! ¡Estoy condenado a padecer en este Kur!

Mesopotamia

Naram-Sin

La leyenda de Cutha

Referencias

  • Federico Lara Peinado (2017). Mitos De La Antigua Mesopotamia: Héroes, dioses y seres fantásticos (pag.235). La pasión de Lil en la tumba. Editorial Dilema. ISBN 8498273889.