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Anunnakis

El Poema de Erra

Tiempo estimado de lectura: 51 minutos

La larga composición —en su origen unas 700 líneas—, conocida como Poema de Erra y que se recogió, al menos, en cuatro grandes recensiones, presenta como eje central la devastación de Babilonia, motivada por Erra (un nombre del dios Nergal), y su posterior renacimiento. Sus cinco tablillas, reconstruidas a partir de numerosísimos fragmentos, constituyen una de las más meritorias composiciones literarias babilonias no exentas de preocupaciones filosóficas, religiosas y míticas, aparte de sus evidentes referencias de carácter histórico.

Ninguna de las redacciones conocidas hoy se remonta más allá del siglo IX a.C., pero sus orígenes hay que situarlos con mucha mayor antigüedad. En cualquier caso, al final de la tablilla quinta se recoge el nombre de su autor (¿o copista?) oficial, el escriba Kabti-ilani-Marduk. En la presente versión se va a respetar el orden de las tablillas.

Mitos Mesopotámicos

Diosa Bau

La Diosa Baba en los Templos

Enki

El viaje de Enki a Nippur

Primera tablilla

¡Es a Marduk, el rey de la totalidad de los lugares habitados, el creador del universo, a quien quiero cantar!

—¡Alabanzas a Hendursanga, hijo primogénito de Enlil, portador del augusto cetro, pastor de los «cabezas negras», guardián de todos los hombres! ¡Hendursanga, más conocido como Ishum, glorioso exterminador, cuyas manos están hechas para blandir sus furiosas armas y para hacer fulgurar sus impetuosas lanzas!

—¡Incluso Erra, el héroe de los dioses, se agita en su morada! A Erra su corazón le impulsa a trabar combate y por ello dice a sus armas: «¡Impregnaos de veneno mortífero!» Dice también a los Sebitti, los siete dioses, héroes sin igual: «¡Revestíos con vuestras armas!» Y a ti, oh Ishum, te dice: «¡Quiero marchar a combatir! Tú eres la antorcha y los humanos han de ver tu luz. Tú eres el heraldo y los dioses te seguirán. Tú eres la espada y tú serás el exterminador».

—¡Levántate, pues, Erra! Devastando el país, ¡qué radiante estará tu alma y qué alegre tu corazón!

—Los brazos de Erra están fatigados, como los de un hombre privado del sueño. Y se dice a sí mismo:

—¿Debo levantarme? ¿Permaneceré acostado?

Luego dice a sus armas:

—¡Permaneced apoyadas en vuestros rincones!

Y a los Sebitti, los siete dioses, héroes sin igual, les dice:

—¡Volved a vuestras mansiones!

—Hasta que tú, oh Ishum, no lo saques de su lecho Erra yacerá en su cámara. Está haciendo el amor con Mammi, su esposa, diosa del Mundo Inferior, mientras que tú, Oh Engidudu, señor que va y viene durante la noche, que siempre vigila en favor de hombres y mujeres, los ve resplandecer de placer como el día.

—En cuanto a los Sebitti, héroes sin igual, su naturaleza es diferente a la de los otros dioses. Extraordinario es su nacimiento, están colmados de espanto. Quien los ve queda helado de terror, pues su aliento es la muerte. Los humanos tienen tanto miedo de ellos que no se atreven a acercárseles. Ishum es una puerta, pero está con el cerrojo echado ante ellos.

—Cuando Anu, el rey de los dioses, había fecundado la tierra, ella le engendró siete dioses, a los que llamó Sebitti. Se presentaron ante él y les fijó así su destino. Llamó al primero y le dio esta orden:

—Adonde vayas derramando terror que no tengas nunca ningún rival.

Dijo al segundo:

—Quema como el fuego y arde como la llama.

Dijo al tercero:

—Toma el aspecto de un león y quien te vea que quede anonadado.

Al cuarto le dijo:

—Al blandir tus furiosas armas que la montaña se destruya.

Dijo al quinto:

—Sopla como el viento y escruta el orbe.

Al sexto le ordenó:

—Ve y no perdones a nadie, ni Arriba ni Abajo.

Al séptimo lo llenó con veneno de víbora:

—Destruye —le conminó— todo tipo de vida.

Después de que Anu hubo fijado los destinos de todos los Sebitti, se los dio a Erra diciéndole:

—Que ellos marchen a tu lado. Si te llega a ser insoportable el tumulto de los humanos en los lugares habitados, si te sobreviene el deseo de hacer una hecatombe para exterminar a los «cabezas negras» y hacer perecer a las bestias de Shakkan, dios de animales y bosques, que ellos sean tus furiosas armas y que marchen a tu lado.

—Furiosos, blandiendo sus armas, los Sebitti le dicen a Erra:

—¡En pie! ¡Adelante! ¿Por qué, como un débil anciano, estás ocioso en la ciudad y permaneces en tu casa como un niño llorón? Como quien no parte al combate, ¿hemos de comer el pan de las mujeres? Como si no conociéramos la batalla, ¿tendremos miedo y temblaremos? ¡Marchar al combate es para los jóvenes valerosos como ir a una fiesta! Quien permanece en la ciudad, incluso si es el príncipe, no puede saciarse de pan. Será avergonzado por su pueblo y su persona será despreciada. ¿Cómo podrá tender su mano al que parta para el combate? Aquel que permanezca en su ciudad, por más grande que sea su fuerza, ¿cómo y en qué podrá ser más fuerte que el que marche al combate? ¡El abundante pan de las ciudades, por más apreciado que sea, no vale más que una hogaza cocida en las brasas! ¡La dulce cerveza nashpu no vale más que el agua del odre! ¡El palacio sobre su terraza no es parangonable a una cabaña en pleno campo! Después de aquellas palabras con las que los Sebitti querían jalear a Erra para que se dispusiera a combatir, aquellos héroes sin rival continuaron hablándole.

—¡Héroe Erra parte, pues, al combate! ¡Haz resonar tus armas! Lanza tu grito tan fuerte que haga temblar tanto a los de Arriba como a los de Abajo. ¡Que al oírlo, los Igigi exalten tu nombre! ¡Que los Anunnaki lo escuchen y teman tu nombre! Que al oírlo, los dioses se inclinen bajo tu yugo y que los príncipes se arrodillen a tus pies. Que al oírlo, todos los países te aporten su tributo. Que los demonios gallu lo escuchen y que por sí mismos se aparten de ti. Que al oírlo, el poderoso se muerda los labios. Que al oírlo, las altas montañas se espanten y bajen su cabeza. Que los embravecidos mares, al oírlo, queden perturbados y destruyan todo lo que producen. Que en el oquedal potente queden rotos los troncos de sus árboles. Que en el impenetrable cañaveral sean quebradas las cañas. Que los hombres se asusten y se aplaque así su tumulto. Que las bestias sean presas del pánico y vuelvan a ser arcilla. Que los dioses, tus padres, viendo esto, glorifiquen tu heroísmo. Dicho aquello, los Sebitti le recordaron al dios tiempos pasados:

— ¡Oh héroe Erra! ¿Por qué has abandonado el combate y has permanecido en tu ciudad? Tras esta pregunta, aludieron a realidades presentes.

—Las bestias de Shakkan —prosiguieron diciendo los Sebitti— y los animales muestran desprecio en nuestros cuidados. ¡Oh héroe Erra, nosotros te hablamos y ojalá que nuestras palabras no te sean inoportunas! Antes de que todo el país de los hombres se haya vuelto demasiado grande para nosotros, desde luego tú oirás entonces nuestras palabras. Muéstrate benevolente con los Anunnaki, que aman el silencio, ya que ellos, a causa del tumulto de los hombres, no pueden dormir. Las bestias patalean los prados que son la vida del país, el campesino en sus campos llora amargamente por sus productos destruidos. El león y el lobo aterran a las bestias de Shakkan. El pastor, a causa de su rebaño herido, no tiene reposo ni de día ni de noche, pero es a ti a quien implora. Y nosotros que conocemos los accesos de las montañas hemos olvidado por completo el camino. Sobre nuestras armas de guerra la araña ha extendido sus hilos. Nuestro excelente arco, sublevándose, es ahora demasiado potente para nuestras fuerzas. La punta de nuestra puntiaguda flecha se ha embotado y nuestro puñal, a causa de no degollar, se ha recubierto de herrumbre. Cuando el héroe Erra hubo escuchado las palabras que le habían dicho los Sebitti, como el mejor aceite así le fueron de agradables.

Tomando la palabra dijo a Ishum:

—¿Por qué, habiendo oído esto, permaneces sentado y sin decirme palabra alguna? ¡Abre el camino, que voy a ponerme en marcha! ¡Que me acompañen los Sebitti, héroes sin rival! Hazles a mis armas furiosas caminar a mi lado y tú, heraldo mío, camina detrás de mí. Ishum, habiendo escuchado estas palabras, le dijo al héroe Erra:

—Señor Erra, ¿por qué tienes malos pensamientos contra los dioses? ¿Por qué planeas destruir el país y aniquilar a sus habitantes sin remisión?

Erra le respondía a Ishum, su heraldo:

—Ishum, presta atención y escucha lo que te voy a decir respecto a las gentes de los lugares habitados y sobre las que tú me has pedido gracia, oh tú, heraldo de los dioses, sabio Ishum, cuyo consejo es bueno. Atiende: en los cielos soy un toro salvaje, en la tierra soy un león, en el país soy el rey, entre los dioses soy el más furibundo, entre los Igigi soy el héroe, entre los Anunnaki soy el más fuerte, entre el ganado soy el degollador, en la montaña soy el carnero, en el cañaveral soy Girra, el fuego, en la montaña soy el hacha de guerra, en el sendero de guerra soy el estandarte. Yo sople al igual que el viento, como Adad yo trueno y como Shamash (Utu) yo contemplo la totalidad del orbe. Cuando trepo a la montaña soy un muflón, cuando penetro en las ruinas me establezco allí permanentemente. Todos los dioses temen mi combate y, sin embargo, los hombres, los «cabezas negras», muestran desprecio por mí. Yo enfureceré a dicho príncipe, le haré abandonar su morada y destruiré a la humanidad, porque ella no ha temido mi nombre y porque habiendo rechazado la palabra del príncipe Marduk actúa a su antojo.

El héroe Erra, abandonando su sede del Emeslam en la ciudad de Kutha, se dirigió hacia Shuanna —esto es, Babilonia—, la ciudad del rey de los dioses. Llegado a ella, entró en el imponente Esagila, el templo del Cielo y de la Tierra, y se presentó ante Marduk. Tomó luego la palabra y dijo al rey de los dioses:

—¿Por qué tu preciosa imagen, oh Marduk, insignia de tu soberanía, está manchada, imagen que, como las estrellas del cielo, debería estar plena de esplendor? ¿Por qué el aspecto de tu soberana corona está velado, corona que debería de iluminar tanto el Ehalanki —la capilla de tu esposa— como el Etemenanki, la gran torre escalonada?

El rey de los dioses tomó la palabra y le respondió a Erra, el héroe de los dioses:

—Héroe Erra, he aquí lo que voy a contestarte a propósito del trabajo que me has indicado hacer. Cuando hace ya mucho tiempo yo me había encolerizado y abandonado mi sede y desencadenado el Diluvio, por haberla abandonado yo deshice el equilibrio del Cielo y de la Tierra. Debido a que el Cielo se turbó, las estrellas del firmamento cambiaron su posición celeste y no las volví a su lugar. Debido a que la mansión infernal del Irkallu (Irkalla) se movió, tanto disminuyó el rendimiento del surco que se puso para siempre difícil el subsistir. Debido a que se había deshecho el equilibrio del Cielo y de la Tierra, las aguas profundas se secaron y las crecidas se retiraron.

Marduk se detuvo aquí un instante. Luego, prosiguió:

—Regresé y vi que era difícil repararlo todo. La procreación de los seres vivientes era tan mínima que no pude volverla a su situación anterior hasta que, como un campesino, no tomé en mis manos su simiente, hasta que no construí una casa y me instalé en ella. Mi imagen, cuyo aspecto se había vuelto sombrío por haber sido deslucida a causa del Diluvio, para hacer resplandecer en ella mis rasgos y purificar mis vestidos puse a trabajar en la misma a Girra. Después de que él hubo hecho resplandecer de nuevo mi imagen y que hubo acabado aquella obra para mí, me coroné mi tiara soberana y regresé a mi residencia. Mis rasgos reflejaron dignidad y mi rostro quedó recuperado con su mirada terrorífica.

Tras recordarle a Erra la restauración de su imagen, Marduk continuó diciéndole:

—Los hombres que escaparon al Diluvio y vieron la obra ejecutada para mí, aunque yo levanté mis manos para destruirlos, sobreviven todavía. A esos sabios yo los había hecho descender al Apsû y no les ordené que regresaran. Cambié de lugar el árbol mesa y también el del ámbar elmeshu y no se los revelé a nadie. Ahora, para el trabajo del que tú me hablas, héroe Erra, ¿dónde encontrar el mesu, carne de los dioses, insignia del rey del universo, árbol santo, manojo de ramas altivo, adaptado para la soberanía, que en el vasto mar, a 100 horas dobles bajo las aguas, su raíz toca lo más profundo de los Infiernos y que, en lo alto, su copa alcanza el Cielo de Anu? ¿Dónde encontrar el puro zafiro que he dejado a su lado? ¿Dónde encontrar a Ninildu, gran carpintero de mi divinidad suprema, que posee el hacha pura, que conoce todas las cosas y da a lo que hace el estallido de la luz, a él, a quien yo había sometido a mi servicio? ¿Dónde encontrar a Gushkinbanda, modelador del dios y del hombre, y cuyas manos son puras? ¿Dónde encontrar a Ninagal, portador del yunque y del martillo y que, como si fuera, cuero, tritura el duro bronce y fabrica los utensilios? ¿Dónde encontrar las preciosas perlas, producto del vasto mar, ornamento de mi corona? ¿Dónde encontrar a los siete sabios del Apsû, puros peces puradu, que como Ea (Enki), su señor, se distinguen por su entendimiento sublime y que pueden ocuparse de la limpieza de mi cuerpo?

Al escucharle, el héroe Erra se adelantó, tomó la palabra y respondió así al príncipe Marduk:

—No te preocupes, Marduk. Haré que regrese el puro árbol mesu de su lugar, haré que retorne el puro ámbar elmeshu de su lugar. Todo lo que tú deseas lo tendrás. Te procuraré el material preciso para hacer brillar tu estatua.

Cuando Marduk hubo oído sus palabras, le dijo al héroe Erra:

—Si yo marcho de mi sede, será deshecho el equilibrio del Cielo y de la Tierra, las aguas subirán y destruirán el país, el día luminoso se cambiará en tinieblas, la tempestad se alzará y ocultará las estrellas del Cielo, el Viento malvado soplará y oscurecerá las miradas de los hombres, los demonios gallu saldrán del Infierno y la muerte se apoderará de los hombres, los puñales de combate serán impotentes contra ellos, los Anunnaki subirán y aterrorizarán a los seres vivientes y hasta que yo no me haya revestido con mis armas, ¿quién los rechazará?

El dios Erra, al oír esto, le dijo como respuesta:

—¡Oh príncipe Marduk, hasta que tú hayas vuelto a tu morada, hasta que Girra haya purificado tus vestiduras y hayas vuelto a tu lugar, durante todo ese tiempo, yo haré tus veces y mantendré sólidamente el equilibrio del Cielo y de la Tierra! Subiré a los cielos y daré órdenes a los Igigi, descenderé al Apsû y vigilaré a los Anunnaki, expulsaré a los gallu fogosos al País sin retorno, contra ellos desencadenaré mis armas furiosas, cortaré las alas del Viento malvado como si fueran las de un pájaro y en la mansión en la que tú vayas a entrar, oh príncipe Marduk, a derecha e izquierda de la puerta, como toros protectores, haré tenderse a los dioses Anu y Enlil.

El príncipe Marduk le escuchó y las palabras que Erra había pronunciado le agradaron.

Segunda tablilla

Marduk abandonó, pues, su sede, lugar inaccesible, y a continuación se dirigió hacia la morada de los Anunnaki. Cuando entró en la capilla —en su gigunu— se plantó ante ellos. El dios Shamash, habiéndole visto, oscureció sus rayos. El dios luna Sin cubrió su rostro en la noche. Debido a que Marduk se había dirigido hacia otro lugar no vigiló más la tierra, los vientos se levantaron y transformaron en tinieblas el brillante día, las gentes en todo el país se enfrentaron, las aguas subieron y destruyeron las tierras. Los Igigi, por su parte, aterrorizados, huyeron a lo alto del Cielo, y los Anunnaki, llenos de miedo, se precipitaron a lo más profundo de los Infiernos. El orbe entero quedó alterado.

Aquí se interrumpe el relato por rotura. Existen unas 70 líneas muy mutiladas y por ello difíciles de conectar con el argumento general. En las mismas se alude a la estatua y a la corona de Marduk, así como al deseo de Erra de poner coto a los desórdenes creados en la naturaleza ante la marcha de Marduk, quien ha abandonado su sede y su presencia en la estatua. Erra, por su parte, había acudido al Apsû, a solicitar la ayuda del dios Ea para restaurar la mencionada estatua. Asimismo, de modo engañoso, Erra le dice a tal dios que Marduk le había dado la orden de devastarlo todo. En cualquier caso, Erra, al ver que no se han cumplido sus planes, se dispone para la guerra.

El hijo eminente de Enlil, Erra, que había tomado una resolución, entró en su templo Emeslam y ocupó su aposento. Se aconsejó consigo mismo acerca de aquella operación, esto es, sobre sus funestos planes destructivos. Pero su corazón estaba furioso y no le dio respuesta. Cuando Ishum le solicitó sus órdenes, a éste le dijo:

—Ábreme la marcha para que yo emprenda el camino de la guerra. El tiempo se ha acabado y la hora ya ha llegado. Ahora digo: «¡Voy a anular el resplandor de Shamash y durante la noche ocultaré la faz de Sin (Nanna), el dios luna!» Daré esta orden a Adad: «¡Sujeta tus becerros, aleja las nubes, detén la nieve y la lluvia!» Para provecho de Ea yo le avanzaré esta reflexión personal de Marduk: «¡Quien ha crecido en tiempos de abundancia, será enterrado en tiempos de privaciones! ¡Quien ha llegado por el sendero de las aguas, volverá por el camino del polvo!» Diré al rey de los dioses: «¡Permanece en el Esagila!» Las palabras que tú dijiste se ejecutarán, se cumplirán plenamente tus órdenes. Pero, si los «cabezas negras» te invocan, no acojas sus súplicas. Pondré fin al país y lo destinaré a ser montículos de escombros, devastaré las ciudades y las convertiré en desierto, destruiré las montañas y aniquilaré sus bestias, convulsionaré los mares y destruiré lo que producen, destrozaré cañaverales y bosques y los quemaré como el fuego, aplastaré a los hombres y no dejaré alma que viva, no mantendré ni a uno solo para que pueda reproducirse, no dejaré sobrevivir ni a las bestias de Shakkan ni a los otros animales, haré que el enemigo tome el mando de una ciudad después de otra, el hijo no preguntará por la salud de su padre, ni el padre por la de su hijo, la madre tramará la desgracia de su hija en medio de la risa. En la mansión de los dioses, donde ningún malvado puede entrar, yo lo haré entrar, en la mansión de los príncipes haré habitar al bribón, haré entrar a las bestias en cualquier sitio. Al que quiera entrar en la ciudad en que aparezca, se lo impediré. Haré descender abajo a las bestias de la montaña y por donde quiera que hayan pasado devastarán esos lugares. Haré merodear a las bestias de la estepa en las cercanías de las ciudades. Haré infaustos los presagios y asolaré las ciudades santas. En la morada de los dioses haré entrar al demonio Saghulhaza (Demonio de Nergal) y transformaré en lugares ruinosos los palacios de los príncipes. ¡Pondré fin al tumulto de la humanidad y la privaré de cualquier alegría! Lo devastaré todo como Girra, el fuego, en país enemigo. ¡Haré entrar el mal en todos los lugares!

Tercera tablilla

Erra en su furor no prestó atención a nadie. El consejo que se le pudiera dar no lo escucharía. Estaba decidido a llevar a cabo el asunto que había planeado. Tenía el aspecto y la voz de un león. A su heraldo Ishum le dijo estas palabras:

—Cambiaré en tinieblas la luz del sol. Confiscaré las casas de los hombres y les acortaré sus días de vida. Al justo que interceda yo le apagaré su vida y en su lugar pondré al malvado, de ruines intenciones. Cambiaré el corazón de las gentes: el padre no escuchará más al hijo, y la hija dirá cosas detestables a su madre. Volveré malas sus palabras y ellos olvidarán a su dios y dirán grandes insolencias contra su diosa. Promoveré bandidos para que intercepten los caminos y en las ciudades las gentes se robarán mutuamente sus bienes. El león y el lobo abatirán las bestias de Shakkan. Enfureceré a la Señora de la creación y ella pondrá fin a los nacimientos. Privaré a la nodriza de los gritos de niños y chiquillos. Apartaré para siempre de los campos el canto de los trabajadores. Pastor y ganadero olvidarán lo que es un techo protector. Rasgaré rápidamente los vestidos de los cuerpos humanos, por las calles de las ciudades haré ir desnudo al joven, y haré descender a los hombres a la Tierra de los muertos sin mortaja. Le faltará la oveja al joven para el sacrificio en favor de su vida. Al príncipe incluso le escaseará el cordero necesario para el oráculo de Shamash e, inútilmente, los enfermos desearán los asados para su ofrenda voluntaria. Y sin que los expertos los puedan consolar, ellos vivirán penosamente hasta el día de su muerte.

Siguen unas siete líneas inutilizables, tras las cuales se inicia otra importante laguna, de unas 25 o 30 líneas más. En este pasaje Erra continuaría enumerando sus amenazas. Por su parte, su heraldo Ishum, tal vez como respuesta, le recuerda a Erra los primeros estragos que había llevado a cabo.

—Y también —continuó diciendo Ishum— a las tropas kidinnu, personal exento de la milicia, bajo la protección sagrada de Anu y de Dagan, les has hecho blandir sus armas e hiciste que su sangre, como las aguas de un albañal, regara los alrededores de la ciudad. Abriste sus venas e hiciste fluir un río ensangrentado. Enlil, ante aquel espectáculo, gimió: «¡Ay de mí!» Luego, este dios, con el corazón sobrecogido, abandonó su residencia sin querer volver más a ella. Puso una maldición en su boca. Juró que nunca más bebería agua del río y que por haber visto su sangre derramada no volvería más a entrar en el templo Ekur.

Sigue una nueva laguna de unas 12 líneas, en las que se incluiría la respuesta de Erra a Ishum. Cuando se reanuda el texto legible todavía está hablando Erra.

El rostro de Erra estaba lleno de cólera, tenía el aspecto de un león. En la cólera de su corazón gritó, dirigiéndose a Ishum:

—¡Ábreme el camino, que voy a ponerme en marcha! Que los Sebitti, héroes sin igual, marchen a mi lado. Que mis armas furiosas marchen a mi lado y tú, heraldo mío, ve detrás de mí.

Ishum, oyendo estas palabras, lleno de piedad por lo que intuía que iba a suceder, se dijo a sí mismo:

—«Ay de mis gentes, contra las cuales Erra está enfurecido y a las que quiere suprimir: a las que el guerrero Nergal —no otro que Erra— quiere aniquilar, como en el día del combate contra el demoníaco Asakku. Las quiere suprimir sin que huelguen sus brazos, al igual que después del degüello del “Dios derrotado”; con su red desplegada, como cuando fue capturado el malvado Anzu.»

Tenidas estas palabras para sí, Ishum dijo después al héroe Erra:

—¿Por qué tienes malos pensamientos contra los dioses y contra los hombres? ¿Por qué tienes malos pensamientos contra los humanos, los «cabezas negras», sin volverte atrás en tu decisión?

Erra le contestó a su heraldo:

—Tú conoces los pensamientos de los Igigi y la opinión de los Anunnaki; tú das órdenes a los hombres, a los «cabezas negras», les haces abrir su entendimiento. En consecuencia, ¿por qué hablas como un ignorante y me aconsejas como si fueses uno que no conoce lo que Marduk ha dicho? El rey de los dioses ha marchado de su sede: ¿cómo podrían permanecer estables las cosas de todos los países? Él se ha quitado la corona de su soberanía y los reyes y príncipes, al igual que sus súbditos, olvidan sus deberes. Él ha deshecho la «Hebilla de su cintura», su santo emblema y, por lo tanto, han quedado sueltos los vínculos entre el dios y el hombre y van a ser, en adelante, difíciles de reanudar. El terrible Girra había hecho brillar su imagen como el día y había hecho resurgir su melammu, esto es, su divino resplandor: su mano derecha podía, pues, empuñar el mittu, su arma suprema, y la mirada del príncipe Marduk volverse furiosa.

Sigue una importante rotura de unas 20 líneas, en las que proseguía el diálogo entre Erra e Ishum, recordándole éste la prosperidad de los hombres, sus ganados γ productos, situación que había modificado Erra al aterrar a la totalidad del universo. A sus palabras le respondió Erra justificando su actuación. Con una última réplica de Ishum finaliza el contenido de esta tablilla.

Ishum tomó la palabra y le dijo al héroe Erra:

— ¡Héroe Erra! Tú tienes las riendas de los cielos, eres el señor absoluto de toda la tierra, reinas sobre el país, perturbas el mar y arrasas los montes. Tú lideras a los hombres y pastoreas el ganado. El Esharra —el templo de Enlil en Nippur— está a tu disposición, el Eengurra o Casa de Enki lo tienes en tus manos. Dispones de Shuanna, tú das órdenes en el Esagila. Reúnes en ti todos los me, los poderes divinos; los dioses te temen, los Igigi tienen miedo de ti, ante ti tiemblan los Anunnaki. Cuando tú das una opinión, el mismo Anu te escucha; incluso Enlil accede a tus deseos. Sin ti, ¿habría hostilidades y habría batallas sin tu intervención? ¡Las corazas de las batallas son ropas tuyas! Y te has dicho a ti mismo: «¡Ellos me han despreciado!» ¡Héroe Erra! ¡Tú no has temido el nombre del príncipe Marduk!

Cuarta tablilla

—¡Héroe Erra! —volvió a repetir Ishum—. ¡No has temido el nombre del príncipe Marduk! De Dimkurkurra, ciudad del rey de los dioses, «Nudo de los países», tú has deshecho el nudo. Tú has cambiado tu divinidad para hacerte semejante al hombre, te has revestido con tus armas y has entrado en la ciudad. Dentro de Babilonia, como quien ha conquistado la ciudad, has hablado en calidad de señor. Los babilonios, que como las cañas de los cañaverales, no tienen vigilante, se han sumado a ti en su totalidad. Quien desconocía las armas tiene su espada desenvainada, quien desconocía el dardo, tiene su arco en acción, quien desconocía el combate entra en batalla, quien no sabía correr, vuela como un pájaro. ¡El débil aventaja al poderoso! ¡El lisiado supera al de pies veloces! Contra el gobernador, proveedor de la ciudad santa, ellos van profiriendo grandes insolencias. Sus propias manos han obstruido la gran puerta de Babilonia y el canal de su abundancia. Les han pegado fuego a los templos de Babilonia, como haría aquél que saquease el país. Tú, cual heraldo, habías tomado la iniciativa. Con una: flecha golpeaste el muro interior, el Imgur-Enlil, tan fuerte que; gimió: «¡Ay de mi corazón!» El nicho del dios Muhra, que custodia su gran puerta, lo hundiste en medio de la sangre de los jóvenes y de las muchachas. Después, a los habitantes de Babilonia —ellos eran el pájaro y tú el reclamo— con la red los amontonaste, capturaste y destruiste, héroe Erra. Luego, abandonaste la ciudad y saliste afuera. Tomaste el aspecto de un león y entraste en el palacio. A tu vista, los soldados tomaron sus armas y el corazón del gobernador, vengándose de Babilonia como un traidor, se enfureció. Como para ir a saquear al enemigo, pone en marcha a sus soldados e incita al mal al capitán de su ejército diciéndole: «A esa ciudad adonde te envío, tú, valiente, no temas a ningún dios, no, temas en absoluto a nadie. Da muerte a pequeños y mayores, indistintamente, no perdones a ninguno de los niños, sean lactantes o criaturas. Te llevarás como botín las riquezas acumuladas de Babilonia.» El ejército del rey se congregó y entró en la ciudad. Flamea el dardo, se blande el puñal. Tú has hecho alzar las armas de las tropas kidinnu, a las que protegía el emblema de Anu y Dagan; su sangre, como las aguas de un albañal, la hiciste correr por los alrededores de la ciudad y habiendo abierto sus venas, la hiciste fluir por el río. Viendo esto, el gran señor Marduk gimió: «¡Ay de mí!» Su corazón se sobrecogió. Una maldición implacable estuvo en su boca, hizo el juramento de que jamás bebería agua del río y porque ha visto su sangre, que no entraría más en el Esagila.

—«¡Ay Babilonia —decía él—, que como una palmera te había hecho madurar y que ahora el viento ha secado! ¡Ay Babilonia, que como una piña te había llenado de piñones y de cuya plenitud no he podido obtener todo mi placer! ¡Ay Babilonia, que como un lujuriante vergel te había plantado y del que no he podido comer sus frutos! ¡Ay Babilonia, que como un sello de ámbar elmeshu te había colocado en el cuello de Anu! ¡Ay Babilonia, que te tenía en mis manos como la Tablilla de los Destinos y que no dejaba a nadie!»

Todavía siguió hablando así el príncipe Marduk, lleno de tristeza:

—«Quien quiera abandonar el embarcadero del muelle, al ser el calado de las aguas de sólo dos codos, deberá atravesarlo a pie. Puesto que las aguas han descendido en las cisternas una cuerda de profundidad, no va a sobrevivir ningún hombre. En la masa del vasto mar, las olas de muchísima altura hundirán las barcas de los pescadores a pesar de sus remos.»

— Y tú —dijo Ishum a Erra—, sin el asentimiento de Shamash, has destruido las murallas y has arruinado las defensas de Sippar, villa antiquísima, a la que el Señor de todos los países no había hecho llegar el Diluvio, porque le era querida a su mirada. Y los suteos y las suteas (sutis) hacen resonar sus gritos de guerra en Uruk, la sede de Anu y de Ishtar, la ciudad de las hijas de la alegría, de las cortesanas y de las hieródulas, a las que Ishtar les privó de esposos y las consignó en sus manos. Los conquistadores hacen amotinarse en el Eanna a eunucos y prostitutos, a los cuales, para infundir religioso temor a las gentes, Ishtar había cambiado su virilidad en feminidad, portadores de puñales, navajas de afeitar, podaderas y cuchillos de sílex, los cuales para alegrar el ánimo de Ishtar se entregan a prácticas nefandas. Sobre ellos tú colocaste un gobernador malvado, sin piedad. Él los desesperó y transgredió sus ritos. Ishtar, encolerizada, se ha enojado contra Uruk. Ella ha suscitado un enemigo que ha despejado el país como grano ante las aguas. En cuanto a los habitantes de Dur-Kurigalzu, a causa del Eugal, el templo de Enlil; que había sido destruido, no dieron tregua a su lamentación. El enemigo que tú, oh Erra, habías promovido no quiere detenerse en su destrucción e Ishtaran, a su vez, te ha dirigido estas palabras: «Has hecho un desierto de la ciudad de Der. Como cañas tú has quebrado a las gentes que allí vivían y aniquilado su rumor, como espuma de la superficie de las aguas. A mí mismo tú no me has liberado, sino que me entregaste a los suteos. Por lo tanto, a causa de Der, mi ciudad, no impartiré nunca más justos juicios, ni emitiré nunca más decisiones para el país, no daré nunca más órdenes y no haré nunca más conocer mis voluntades, porque las gentes descuidaron

la justicia para abrazar la violencia, abandonaron el bien para entregarse al mal.»

—«Yo, por eso, oh Ishum —me dijiste—, haré levantarse a los Siete Vientos sobre este único país: quien no haya muerto en la guerra, morirá a consecuencia de la epidemia, quien no haya muerto por la epidemia, el enemigo lo apresará, quien no haya sido apresado por el enemigo, el ladrón le robará, quien no haya sido robado por el ladrón, el arma del rey lo alcanzará, quien no haya sido alcanzado por el arma del rey, el príncipe lo abatirá, quien no haya sido abatido por el príncipe, Adad lo anegará, quien no haya sido anegado por Adad, Shamash se lo llevará, quien haya salido afuera, el viento lo flagelará, quien haya vuelto a su hogar, el demonio nabisu lo aterrará, quien se haya subido a una altura, morirá allí de sed, quien haya descendido a una hondonada, morirá allí en medio de las aguas» ¡Tú, Erra, has hecho que la altura y la hondonada sean igualmente fatales! Quien está al frente de la ciudad hablaba así a su madre, a causa de las desgracias causadas por ti: «¡Ojalá que el día en que me diste a luz, yo hubiese permanecido encerrado dentro de tu seno! ¡Ojalá que nuestra vida hubiese tenido fin y que hubiéramos muerto juntos! En vez de eso me has entregado a una ciudad cuyas murallas han sido demolidas y cuyos habitantes son ganado y su dios el matarife. Las mallas de su red son tan tupidas que, sin poder escapar de ellas, los esposos son muertos a golpe de espada».

—«Quienquiera —decías tú, oh Erra— que haya engendrado un hijo y haya dicho: “He aquí a mi hijo, él será, cuando yo lo haya criado, quien sabrá recompensarme”. ¡A tal hijo —dijiste— yo lo haré morir y su padre lo enterrará, después haré morir al padre y no tendrá enterrador! Quienquiera que haya edificado una casa y haya dicho: “He aquí mi hogar, lo he construido yo y dentro de él tendré mi quietud y el día en que mi destino me lleve allí encontraré mi último reposo”. A ese hombre —dijiste— yo le haré morir y dejaré su hogar desierto y después de que haya sido devastado, se lo daré a otra persona».

— ¡Oh héroe Erra —continuó diciendo Ishum—, tú has hecho morir al justo y también has hecho morir al injusto! ¡Tú has hecho morir a quien te había ofendido y has hecho morir también a quien no te había ofendido! ¡Tú has hecho morir al enu, el Gran sacerdote, celoso en presentar las ofrendas a los dioses! ¡Tú has hecho morir al gerseqqu, el servidor del palacio, entregado a su rey! ¡Tú has hecho morir a los ancianos en sus casas, y también has hecho morir en su lecho a las jóvenes muchachas! Y tú no has encontrado en ello el menor sosiego; no te has dado tregua alguna, sino que te has dicho a ti mismo: «¡Ellos me habían despreciado!».

—Y tú, a ti mismo, héroe Erra, todavía te has dicho: «¡Quiero matar al poderoso y espantar al débil, matar al jefe del ejército y obligar al ejército a que vuelva espaldas! ¡Quiero demoler el gigunu del santuario y el parapeto de la muralla y aniquilar así la fuerza vital de la ciudad! ¡Quiero romper el palo de amarre y que la barca vaya a la deriva, romper el timón y que así no se acerque más a la orilla! ¡Quiero arrancar el palo mayor y destrozar así su aparejo! ¡Quiero secar los pechos de la madre para que el niño no pueda vivir! ¡Embozaré las fuentes para que sus canales, disminuidos, no aporten más las aguas de la abundancia! ¡Quiero hacer temblar el Irkallu, el Mundo Inferior, y también que vacilen los cielos! ¡Quiero hacer caer la luz del astro Shulpaea y volver ineficaces las estrellas de los cielos! ¡Quiero romper la raíz de los árboles para que sus frutos no crezcan! ¡Destruiré la base del muro para que se caiga su cima! ¡Quiero ir a la sede del rey de los dioses para que su consejo sea ineficaz!».

El héroe Erra escuchaba sin interrumpir las palabras de Ishum. El discurso que Ishum había pronunciado le agradó, a pesar de todo, como aceite de la mejor calidad. Como respuesta, así le habló el héroe Erra:

—Que el País del mar contra el País del mar, subarteo contra subarteo, asirio contra asirio, elamita contra elamita, cassita contra cassita, suteo contra suteo, guteo contra guteo, lullubeo contra lullubeo, país contra país, ciudad contra ciudad, tribu contra tribu, hombre contra hombre y hermano contra hermano no deben perdonarse. Que todos, sin excepción, se maten unos a otros y que después Akkad, resurgiendo, los abata a todos y a todos los domine.

Dicho aquello, Erra se detuvo unos momentos para finalizar diciendo:

—Ve, Ishum. Realiza a tu gusto todo lo que tú has deseado. Ishum se dirigió hacia la montaña Hihi y tras él se apremiare» los Sebitti, héroes sin igual. El héroe Erra llegó también a la montaña Hihi. Arribado a ella, levantó su mano y la destruyó, redujo aquella montaña a ras del suelo. Del bosque de hashur cortó por todas partes sus cedros. Se dijo que Hanish, uno de los heraldos del dios Adad, había pasado sobre sus matorrales. Erra puso fin a los lugares habitados e hizo de ellos un desierto. Destruyó las montañas, abatió su ganado, perturbó mares e hizo perecer su producto. Saqueó cañaverales y juncales y los incendió como Girra. Maldijo a las bestias y se convirtieron en arcilla.

Quinta tablilla

Una vez que Erra se hubo calmado y vuelto a ocupar su sede en Kutha, todos los dioses miraron hacia su rostro. Los Igigi, los Anunnaki, todos ellos estaban de pie, con temor. Erra tomó la palabra y dijo a todos los dioses:

—¡Prestad atención, todos vosotros! ¡Escuchad mis palabras! En verdad, a causa de una falta precedente, yo había concebido el mal. Me había puesto furioso y quise por ello aplastar a los humanos. Como un pastor asalariado había quitado del rebaño al carnero de cabeza, como un inexperto en plantar huertos yo no había dudado en cortarlo, como el que saquea un país, yo abatí sin distinción al justo y al malvado, todos a un tiempo. Pero de las fauces de un león rugiente no se puede arrancar rápidamente un cadáver y cuando alguien está enfurecido ningún otro puede aconsejarle. Sin Ishum, mi heraldo, ¿qué habría ocurrido? ¿Dónde estaría el que mantiene vuestros templos? ¿Dónde estaría vuestro Gran sacerdote? ¿Dónde, vuestras ofrendas alimentarias? ¡No habríais olido más el incienso! Ishum tomó la palabra y le contestó al héroe Erra:

—¡Oh héroe, préstame atención! ¡Escucha mis palabras! ¡Bien! Ahora, cálmate entretanto. Estamos ante ti y queremos estar a tus órdenes. En el día de tu cólera, ¿dónde está el que puede hacerte frente? Al oír aquello el rostro de Erra resplandeció, sus facciones se iluminaron de alegría como un día sin nubes. Penetró en el Emeslam, su templo, y allí volvió a ocupar su lugar. Entonces a Ishum, hablándole alto, le manifestó su intención para darle instrucciones respecto a los habitantes dispersos de Akkad.

—¡Que se multiplique —dijo Erra— la gente diezmada del país! ¡Que los jóvenes y los viejos vuelvan a recorrer el camino de Akkad! ¡Que el débil acadio aterre al poderoso suteo! ¡Que cada uno lleve consigo siete prisioneros como si fueran ovejas! ¡Reducirás sus ciudades a escombros y a desierto su región montañosa! ¡Llevarás su pesado botín a Shuanna! ¡Mantendrás apaciguados a los dioses del país, que se habían enfurecido, en el interior de sus moradas! ¡Harás descender otra vez a este país a Shakkan y a Nisaba, esto es, al ganado y a los cereales! ¡Harás que las montañas aporten sus riquezas y el mar sus productos! ¡Los campos que habían sido devastados, tú los volverás de nuevo productivos! ¡Los gobernadores de todas las ciudades aportarán su pesado tributo a Shuanna! ¡Los templos que habían sido destruidos, como el sol al alzarse, que eleven así sus cimas! ¡Que el Tigris y el Eúfrates desborden aguas de abundancia! ¡Como proveedores del Esagila y de Babilonia, haz que los gobernadores de todas las ciudades lleven sus dones!

Doxología final

Que se pronuncie durante innumerables años la alabanza del Gran señor Nergal y de su héroe Ishum. Que se diga que Erra, en su furor, mientras se disponía a aplastar a todos los países y a destruir a sus habitantes, su consejero Ishum, habiéndolo calmado, había podido salvar algún resto. Que el redactor de sus tablillas fue Kabti-ilani-Marduk, hijo de Dabibu, y que el dios Ishum le había revelado el poema en una visión nocturna, y que cuando por la mañana realizó su recitado no omitió ninguna línea, ni añadió una de más. Oyéndolo, Erra expresó su aprobación. También le fue agradable a Ishum, su heraldo, y todos los dioses, junto con él, lo encomiaron.

Tras aquellas alabanzas, así habló el héroe Erra:

—En el santuario del dios que se glorifique este canto, que se acumule la abundancia, pero el dios que lo descuide que no huela más el incienso. Que el rey que exalte mi nombre reine sobre el universo, que el príncipe que profiera la gloria de mi heroísmo no tenga rival. El cantor que lo cante no morirá por epidemia alguna, sino que sus palabras serán gratas tanto al príncipe como al rey. El escriba que lo aprenda de memoria escapará del país enemigo y será honrado en su propio país. En el santuario de los sabios, donde se haga continua mención de mi nombre, yo le donaré generosamente la sabiduría. En toda casa, donde esta tablilla esté guardada, aunque Erra se enfurezca y los Sebitti planeen la muerte, la espada de la destrucción no se le acercará, sino que en ella habrá seguridad. Que este canto subsista siempre y que perviva eternamente. ¡Que todas las tierras lo oigan y celebren así mi heroísmo! ¡Que los habitantes de todos los lugares lo conozcan y glorifiquen mi nombre!

Mesopotamia

Nanna

El rebaño de Nanna

Nergal y Ereshkigal

Nergal y Ereshkigal

Bibliografía

  • Federico Lara Peinado (2002). Leyendas de la Antigua Mesopotamia, El Poema de Erra (pág. 273). Editorial: Temas de Hoy. ISBN 9788484602262
  • J.L. Amores (2023). Dioses Sumerios: Tomo I. Entre el Cielo y La Tierra. Basado en la Asiriología. ISBN: 979-8859303960
  • J.L. Amores (2023). Dioses Sumerios: Tomo II. Entre el Cielo y La Tierra. Basado en la Asiriología. ISBN: 979-8859545308